Tepoztlán: el retorno de Quetzalcóatl
Chamanes, curanderos y brujos conviven con una población
orgullosa de su pasado y reciben a miles de personas que buscan respuestas en
bosques mágicos y ríos de aguas cristalinas.
Los mitos se mezclan con la realidad en pueblos de montañas
sagradas a media hora de Cuernavaca. Chamanes, curanderos y brujos conviven con
una población orgullosa de su pasado y reciben a miles de personas que buscan
respuestas en bosques mágicos y ríos de aguas cristalinas.
Cualquiera puede darse cuenta de que hay algo místico en las
montañas que rodean Tepoztlán. En las tierras que circundan estos cerros
cortados por profundas cavernas nacieron Quetzalcóatl, el mítico personaje que
fundó la gran ciudad de Tula, y el mismísimo hijo del dios del viento y rey de
Tepoztlán: el Tepozteco.
Tal vez por ello la fama de este Pueblo Mágico prevalece en
todo el valle a pesar del paso de los siglos. Y por lo mismo no sorprende
encontrar en sus alrededores restaurantes como El Brujo, donde el pan y las
enchiladas suizas son tan sabrosas que no se puede sino pensar que son
sobrenaturales, lo mismo que las quesadillas de tortilla azul que venden en el
mercado y que, sin duda, tienen el poder de un hechizo.
Los cerros aquí tienen nombres místicos, como Vigilante
Nocturno, y dictan el ritmo en la vida local. Cuenta el cronista tepozteco don
Ángel Zúñiga Navarrete que el señorío de Tepoztlán tuvo un gran teocalli
(templo), tan famoso que atraía gente hasta de Centroamérica. En 1920 todavía
podían verse sus restos ahí, junto a una escuela, donde hoy se encuentra el
Museo de Arte Prehispánico Colección Carlos Pellicer.
El adoratorio del cerro del Tepozteco, justo en medio de los
acantilados del Tlahuiltépetl y Tlacatépetl, es una réplica de ese teocalli que
ahora sirve de basamento a la iglesia central. Lo mandó construir el rey
Tepozteco para colocar el teponaztli (tambor de madera) que tomó del señor de
Cuernavaca.
Acababa de vencer al monstruo antropófago de Xochicalco que
azotaba la región y lo reclamó como premio, pues su sonido lo cautivaba.
Decorado con tezontle y piedras labradas, el teocalli del Tepozteco fue
dedicado a Ometochtli, dios del pulque y la ebriedad, venerado bajo la forma de
un conejo.
En aquellos tiempos había que rendirle tributo a esta deidad
con un buen pulque y cuidarlo con celo para que no se derramara antes de llegar
a ofrendarlo hasta la cima. La región solía ser de buenos magueyes y sus mieles
eran tan preciadas que se llevaban de ofrenda a Teotihuacan. Hoy, don Álex hace
la resistencia a las cervezas desde su singular casa-expendio, El Buen Pulque
de Tepoztlán, entre fotos antiguas y calendarios retro. El néctar de la tierra
revive el orgulloso pasado desde sus tinacales.
Voces en la calle proponen hacerse una limpia, tomarse
fotos del aura o revitalizar el cuerpo con un baño de temazcal. Es viernes, un
día propicio para los embrujos, pero no será aquí, sino en Amatlán, a cinco
kilómetros de Tepoztlán, donde les preguntaremos a las estrellas si es cierto
que el pulque es la bebida de los dioses.
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